jueves, 22 de diciembre de 2016

La llegada (Arrival)

No somos nada. En el cosmos, el planeta Tierra y la humanidad son tan insignificantes como un grano de arena en el fondo del mar. Pero se nos olvida. Ayer vi la película La llegada (Arrival) y me resultó casi una revelación.

Sabemos que la Tierra algún día se extinguirá y, sin embargo, damos casi por hecho que nuestra generación no será testigo del fin del mundo. Lo cierto es que, así como se calcula que a nuestro planeta aún le quedan algunos miles de años de vida; también podría ser que mañana mismo desapareciera.

Y es verdad. Seguramente todos recuerdan aquel meteorito que cayó en Rusia en 2013, el cual dejó más de mil heridos y daños en cientos de edificios. Si eso pudo hacer una ínfima roca interestelar de aproximadamente 50 toneladas de peso, ahora imaginen lo que haría una piedrita un poco más grande.

Es ingenuo pensar que la vida humana es la única que existe en el universo. Si bien no creo en los caballos voladores que presenta Jaime Maussan o en otras tantas bellezas de cientos de charlatanes, la sola posibilidad de que entes extraterrestres hagan contacto con los seres humanos me parece fascinante.

La cinta no hecha mano de los recursos argumentales y técnicos que suele utilizar Hollywood en este tipo de películas (extraterrestres que quieren destruir el planeta Tierra o conquistar a la humanidad, batallas épicas, héroes, viajes intergalácticos, explosiones, fastuosos efectos especiales). No es una lucha entre marcianos y terrícolas. Se trata de una historia seria de ciencia ficción con una propuesta filosófica que invariablemente llama a reflexionar. En una primera lectura el mensaje puede resultar muy básico, pero si se mira a detalle, es mucho más profundo, aunque siempre quedará abierto a la interpretación y sensibilidad de cada espectador.

Pero no solo eso. Estética, técnica y dramáticamente el filme es impecable, los primeros 20 minutos son escalofriantes, pues transmiten toda la ansiedad, incertidumbre y angustia que se supone debe sentirse si 12 OVNIS de colosales proporciones se posaran en diversos puntos del planeta.

En los últimos minutos de la película (spoiler alert!), Ian (Jeremy Renner) voltea al cielo y le dice a Louise (Amy Adams) —cito de memoria—: “he pasado mi vida contemplando el cielo lleno de estrellas, pero nada me ha sorprendido más como el hecho de haberte conocido”. El diálogo me parece bellísimo, y creo que resume, en buena parte, el mensaje del filme.

Les diría que la fueran a ver, pero no creo que vaya a gustar a muchos; además, prácticamente ya salió de cartelera. De cualquier forma, un día dense la oportunidad de verla, igual y le encuentran un sentido a la vida.

domingo, 2 de octubre de 2016

Mi deuda impagable con Luis González de Alba

No puedo con la pérdida de Luis González de Alba. “Fuiste la conciencia histórica del 68”, mencionó en Twitter hace unos momentos el historiador Enrique Krauze. Y sí, eso es exactamente lo que fue Luis González de Alba, y no Elena Poniatowska, quien no era ni estudiante, ni vio nada, ni participó de ninguna manera en el Movimiento Estudiantil de 1968. 

Luis González de Alba desmitificó la llamada masacre del 68 y desmintió con nombres y apellidos, con pelos y señales a todos los vividores que han lucrado políticamente con ese acontecimiento. Contrario a muchos de sus contemporáneos que terminaron en la política como diputados o senadores, Luis González de Alba jamás sucumbió a las tentaciones del poder, y tuvo miles de oportunidades para hacerlo. Por eso siempre fue un hombre libre de decir y criticar no solo a los personajes que ejercían el poder, sino también a la izquierda mesiánica que tanto daño le ha hecho a nuestro país en los últimos años. Hasta donde sé, nunca nadie jamás pudo desmentirlo. 

Su lucha por la libertad de expresión sentó las bases de la democracia en nuestro país. Luis González de Alba sí vivió los años de represión gubernamental, él sí defendió su libertad con sangre, y lo pagó con cárcel (2 años en el Palacio Negro de Lecumberri). Su lucha fue real, y gracias eso, ayer más de 100 mil chairos pudieron mentarle la madre al presidente Enrique Peña Nieto y pedir su renuncia en el Zócalo de la Ciudad de México, después regresar tranquilamente a sus casas o acudir a un bar a tomarse unas cervezas.

Pero además, Luis González de Alba era un intelectual valiente y lúcido como pocos. Mordaz e implacable, con argumentos siempre puntuales. Sus columnas y ensayos en los diferentes medios donde escribió (La Jornada, Letras Libres, Nexos y Milenio) son un registro histórico invaluable, que espero que un día una editorial tenga a bien compilar.

Confieso que nunca había llorado por un personaje público, pero mi pérdida es real y ahora mismo me embarga la tristeza. Y parafraseando lo que dijo sobre Juan Gabriel a raíz de la muerte del cantante, puedo decir que mi deuda con Luis González de Alba es impagable.


¡Cómo te vamos a extrañar carajo!

lunes, 22 de agosto de 2016

Aristegui, una vergüenza para el periodismo mexicano

El “reportaje” que presentó Aristegui sobre el plagio del presidente Peña Nieto en su tesis es vergonzoso, una porquería de principio a fin. Desde el primer párrafo se va directito al caño al mencionar que el presidente “…tiene una faceta que hasta ahora se desconocía: la de plagiador en su historia académica”. Basura absoluta, esa redacción es digna del TV Notas, no de una “periodista” seria y profesional (ajá). 

Es más que evidente que el tema del “reportaje” se eligió por motivos personales, no porque sea un asunto de gran interés periodístico. Pero eso no sorprende en Aristegui, por esa brecha despreciable ha conducido su carrera “periodística” desde hace ya bastantes años. Así fue como le dio voz a la insidia del presunto alcoholismo del expresidente Felipe Calderón; a las supuestas camionetas de Televisa que estaban involucradas con narcotráfico y lavado de dinero; a la patraña de que Televisa impuso a Peña Nieto en la presidencia, entre otras linduras, ninguna, ya no digamos comprobada, sino sustentada. Ya de por si era de pena ajena su anterior “reportaje” sobre el “Expediente de la Boda de Peña Nieto”, con este termina de hundirse en la ignominia, aunque sus fans le aplaudan sin recato. 

Sí, es verdad, gran parte de la tesis de Peña Nieto es un plagio, ¡¡¡¡¿Y?!!!!*. Las autoridades académicas de la Universidad Panamericana tendrán que tomar cartas en el asunto y hasta ahí; aunque se sabe de antemano que nada va a pasar, ¿qué universidad privada en su sano juicio se atrevería a quitarle el título a un presidente en funciones? ¿Es grave la falta? A nivel académico, por supuesto. ¿Por qué la minimizo? Porque pasó hace 25 años, cuando era estudiante, no ahora que es presidente. ¿Por eso se le quiere juzgar ahora? O peor aún, por eso hay que exigirle la renuncia, como sugiere muy mañosamente el “reportaje”. Ridículo. Ya solo falta que, como decían en Twitter: “el próximo reportaje de Aristegui será ‘EPN se clavaba el cambio de las tortillas para jugar Mortal Kombat’”.

Aristegui representa el periodismo más abyecto, el que utiliza un medio -y sus recursos- como una plataforma personal para saldar rencillas y odios personales. Ella misma se evidencia al afirmar en el “reportaje” que “El resto de la tesis no ha sido posible identificar si es autoría de Peña Nieto o también producto de prácticas de plagio”. ¿Así o más cínica en sus intereses “periodísticos”? Y todavía se atreve a denunciar censura. Por lo menos al día de hoy, Aristegui es una vergüenza para el periodismo mexicano.

*Expresión adjudicada a la cantante y actriz mexicana Lucero (no me vayan a acusar de plagio).

jueves, 5 de mayo de 2016

El peligro de caminar con audífonos en la calle

Estoy consciente que caminar por la calle con audífonos puestos representa un peligro. Sin embargo, todos los días, en el trayecto de regreso a mi casa, aprovecho para escuchar el podcast de mi programa de radio favorito Dispara Margot Dispara. Lo hago regularmente en cuanto me bajo del camión, cuando me restan por caminar diez cuadras hacia mi hogar. Escucho el programa a un volumen moderado que me permite oír también lo que sucede a mi alrededor. Si veo a una persona en actitud sospechosa o a alguien que viene detrás de mí, me quito un auricular y tomo mis precauciones. Ayer me quedó claro que lo mejor es no llevar audífonos en la calle bajo ninguna circunstancia.

Ayer, casualmente tomé una ruta distinta al volver a mi casa. Dos cuadras adelante vi a un par de adolescentes de no más de 16 años en actitud más que sospechosa. Me detuve un par de segundos antes de pasar por donde estaban, incluso pensé en cruzarme la calle. No lo hice porque ingenuamente pensé que eran dos drogadictos de por ahí, pues cada uno inhalaba su respectiva mona, o al menos eso creí. Tampoco me parecieron mayor peligro porque, como ya mencioné, eran dos chavitos de 15 o 16 años de menor estatura que yo.

Pasé a un lado de ellos con mis reservas, los vi a los ojos, como para dejarles claro que había notado su presencia y que no iba pajareando. No me dijeron nada. Seguí mi camino y volteé en varias ocasiones para cerciorarme que no me venían siguiendo. Nada. Al llegar a la esquina giré a la izquierda y continué caminando. A mitad de la cuadra solo sentí cómo uno de ellos trató de sujetarme por el cuello. Algo me dijo pero no lo escuché porque traía los audífonos, y supongo que llevaba una navaja o una punta, pero la verdad nunca vi nada. Todo pasó muy rápido.

En un primer instante grité, no para pedir auxilio, sino simplemente por el susto, como cuando alguien te sorprende por detrás precisamente para espantarte; broma bastante estúpida, por cierto. Por una fracción de segundo pensé que era algún conocido, pero al darme cuenta que intentaban asaltarme, mi reacción inmediata fue correr. No sé cómo me zafé, si fue un codazo, un empujón o simplemente tuve más fuerza que mi agresor; solo sé que corrí lo más rápido que pude.

Me persiguieron los muy hijos de puta. Al voltear, vi que los dos venían detrás de mí. Por un momento pensé en enfrentarlos. No soy precisamente un gran peleador, pero ¡carajo, eran dos escuincles malnacidos tratando de robarme! No tengo duda de que a los dos los hubiera sentado de un putazo. De verdad lo pensé, porque además, mientras corría, comenzó a invadirme un sentimiento de rabia. No lo hice porque no sabía si llevaban un cuchillo, una pistola u otra arma. Al llegar a la esquina de la siguiente cuadra, finalmente desistieron. Crucé la calle hacia un taller mecánico y uno de los señores que estaba en el lugar y presenció el desagradable episodio, me propuso que los persiguiéramos, o que apretara el botón de auxilio que estaba justo en esa esquina y que jamás había visto.

Opté por el botón de emergencia, pero ya no esperé a que me contestaran, lo que quería era alejarme de ahí. Estaba alterado, con el estómago revuelto y sentimientos encontrados. Por un lado quería romperles la madre a esos desgraciados.Y que no me vengan con que “pobres chavos, de seguro no han tenido las oportunidades para salir adelante” y etcétera, etcétera. No hay algo que me encabrone más que cuando la gente hace apología del delito por cuestiones de pobreza. Quería también hablarle a la policía para que los apresaran y los refundieran por lo menos 10 años en la cárcel. Pero por otro lado pensé en el viacrucis que tendría que atravesar para hacer la denuncia. Me imaginé saliendo del Ministerio Público a las tres de la mañana, con amenazas de los padres de los delincuentes y con la preocupación de mi madre, regresar días después a ratificar la denuncia, etcétera. Qué triste que nuestro sistema judicial esté podrido de tal forma, que lo que menos que quiera hacer una víctima de la delincuencia sea denunciar. Aún así no me excuso, debí realizar la denuncia.

Ya no caminé. Tomé el microbús de regreso a mi casa, pasé a comprar pan y no le he dicho nada a mi mamá, luego le contaré. Busqué en twitter la cuenta de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México y denuncié lo que me había sucedido, solo para dejar registro de lo ocurrido.

He pensado muchas cosas al respecto. Lo comparto con el deseo de que también les sirva de algo, aunque sea para reflexionar.

1.- Descarten por completo caminar en la calle con audífonos o revisando el celular. Al hacer esto uno queda completamente vulnerable y se vuelve blanco fácil de la delincuencia. Tampoco importa la calle ni la hora del día, da lo mismo Reforma a las ocho de la mañana o el Centro Histórico a las tres de la tarde, ya no se diga otras zonas menos vigiladas. Los ladrones lo único que tienen que hacer es pararse en un lugar determinado y esperar a que pase una víctima distraída.

2.- Es escalofriante saber lo vulnerables que somos. Afortunadamente fueron unos raterillos imbéciles los que trataron de asaltarme, pero unos ladrones sin escrúpulos bien pudieron darme una puñalada por la espalda o un balazo en la cabeza y hasta ahí hubiera llegado mi existencia. Prácticamente cualquier maleante puede secuestrar, robar o matar sin que ninguna autoridad pueda hacer algo al respecto. Mejor ni pensarlo y tomar todas las precauciones.

3.- Es triste que unos chavos que apenas han superado su niñez ya sean unos delincuentes. Y aunque seguramente han tenido un entorno social y económico adverso, eso no justifica sus actos. Quien roba por hambre hurta un pan, no un celular o una cartera.

miércoles, 24 de febrero de 2016

En busca de la mejor pizza de la #CDMX Capítulo 2: Ostería 8.

Supe de esta pizzería por recomendación del chef Ricardo Muñoz Zurita, uno de los gastrónomos más respetados de México y propietario de los restaurantes Azul (el del Centro Histórico está precioso, si lo visitan pidan la sopa de tortilla y los buñuelos de pato, son deliciosos). No es que el chef sea mi amigo, la sugerencia vino de su cuenta de twitter. Palabras más, palabras menos, escribió lo siguiente: “Para mí, las mejores pizzas de la ciudad son las de Ostería 8”. Difícil resistirse a semejante provocación, sobre todo viniendo de un chef de tanto prestigio (búsquenlo en Google, para que se den un quemón); no se trataba del Burro Van Rankin recomendando los Héroes del Norte en Blim.

La primera vez que fui no me quedaron mal. Fui con mi jefa y unos compañeros de trabajo. Pedimos una pizza de jamón serrano español y una de salchicha italiana. A todos nos sorprendió lo buenas que estaban, especialmente la primera. Llegamos sin grandes expectativas y salimos muy satisfechos. Fue una tarde redonda de amigos, buena charla, pizza y cerveza.

Una vez comprobada la calidad, regresé con otra amiga, a quien le prometí que probaría las mejores pizzas del universo. Como regla de vida insoslayable, en aquella ocasión me cayó la ley de Murphy. Las pizzas simple y sencillamente no estuvieron a la altura de lo que prometí (aunque tampoco estuvieron mal). Esa pinche ley aplica en todo: restaurantes, películas, libros, lugares turísticos, personas... no importa, siempre que hables bien de algo, seguro te quedará mal.

He visitado en muchas ocasiones este lugar, pero menciono estas dos experiencias porque el restaurante se maneja en esos claroscuros; sin embargo, el balance final es positivo.

Empecemos por lo bueno: es un lugar pequeño y acogedor (apenas 10 mesas), ubicado a dos cuadras del metro Chapultepec, pero lejos de la romería del comercio ambulante que se encuentra alrededor; de hecho la calle donde se encuentra es tranquila y poco transitada.

En cuanto a las pizzas, aunque ya no me parecen gloriosas, siguen siendo una estupenda opción. Son de masa delgada muy rica, así que no caen pesadas. Las que más me gustan y sin duda recomiendo son la pizza de jamón serrano español (arúgula, jamón serrano, salsa de jitomate, queso mascarpone y mozzarella) y la pizza de higo con jamón serrano (queso mascarpone, mozzarella, higo, jamón serrano y jarabe de vino tinto). Si no les entusiasma la dualidad dulce-salado, pidan clásica pizza margarita (salsa de jitomate, mozzarella y albahaca), esa nunca falla. Y si no les gusta esa, pues váyanse a otro lado.

Otro punto a su favor es la relación calidad-precio. Los ingredientes son de primera calidad, y una pizza y una entrada son suficientes para dos personas. Las pastas también son muy buenas, pero en este caso las porciones que sirven no son muy generosas que digamos. Luego les recomiendo un lugar bueno, bonito y barato donde se pueden dar un atascón de excelente pasta por menos de $150.

El negrito en el arroz es el servicio, que sin ser lo peor, es inexplicablemente descuidado. Por ejemplo, a veces se les olvida servir el flatbread que hacen al momento (buenísimo) y que siempre debe estar presente en las mesas; igual pasa con el aceite de olivo y el vinagre balsámico. También tienen especiales fuera del menú que nunca ofrecen, a menos que el cliente pregunte. Pero sobre todo, lo que más les hace falta es actitud de servicio; los meseros no conocen ese concepto.



Ostería 8
Sinaloa 252, col. Roma. A dos cuadras del metro Chapultepec.
Consumo promedio por persona: $200.

domingo, 7 de febrero de 2016

En busca de la mejor pizza de la #CDMX Capítulo 1: Central de Pizzas

Advertencia: esta crítica seguramente va a herir susceptibilidades. Ni modo, la vida no es justa.
Son buenas, decían. Están ricas, decían. ¿Quién dice, por qué lo dice, por qué se meten con mis macetas? Comencemos por el aspecto físico. Son pizzas gordas, desparramadas, vulgares. Cada rebanada es precisamente eso: una vulgar gorda desparramada. Y a eso saben. Me explico.
Recuerdo que hace varios años fui con dos amigos a un prostíbulo (así casual, yo ni sabía que existía) ubicado a unas cuadras de mi casa —la Santa María la Ribera es muy versátil—. Nos sentamos a la mesa y pedimos unas cervezas. Vimos la oferta del lugar, pero nada nos gustó. Cinco minutos más tarde, el barman-padrote-portero-vigilante, no estoy seguro cuál era su labor en el lugar, sentenció en forma de pregunta: ¡¿Qué no van a coger?!
Uno de mis amigos ya le había echado el ojo a la chica menos fea y de mejor cuerpo (el lugar no era precisamente la Mansión Playboy), pero no se decidió pronto, así que otro cliente la cogió primero —tal cual— y se la llevó a uno de los cuartos. Ante su frustración, mi otro amigo y yo le insistimos para que eligiera a otra. No quería, pero cedió. Se metió a la habitación con una mujer menos agraciada de lo que él hubiera deseado. Salió en menos de cinco minutos. Reímos. Nos burlamos de él. Nos contó que cuando la mujer se desvistió, se quitó una faja que dejó al descubierto sus enormes lonjas (juro que es verdad lo que estoy contando). Cuenta mi amigo que era la primera vez que le daba asco tener sexo (me consta que siempre le han gustado las mujeres muy delgadas), así que ni siquiera dejó que la chica le hiciera sexo oral, solo la penetró y terminó lo más rápido que pudo. Lo peor de todo es que pagó por ello.
Se estarán preguntando, ¿a qué viene toda esta patética historia? Pues a que así me sentí con las pizzas de Central de Pizzas. Fue como si me hubiera acostado con una prostituta obesa y vulgar, con la que tuve sexo solo porque ya había pagado.
Para acabar pronto, no me gustaron. La masa es gruesa e insípida, igual que la salsa, el queso y los demás ingredientes; cada rebanada es un mazacote sin chiste. Terminé con la peor sensación que se pueda tener después de comer: con el estómago lleno y el paladar insatisfecho. También hay pizzas de masa delgada, pero según me dijo el mesero, en los paquetes (o por lo menos en el que yo pedí) solo se sirven pizzas de masa gruesa, lo que le resta todavía más puntos al restaurante.
A su favor tiene dos cosas: el precio ($80 por dos rebanadas llenadoras -yo pedí Margarita y Provolone con jamón- y un refresco) y el lugar, ya que fui a la sucursal que está en el Comedor Lucerna, un nuevo espacio gastronómico bastante agradable, pero esa es otra historia.



Central de Pizzas Comedor Lucerna.
Lucerna 51, esq. Lisboa, col. Juárez.
Consumo promedio: $100.

domingo, 31 de enero de 2016

The danish girl: un eunuco castrado emocionalmente

Muchos habrán pensado lo mismo que yo antes de ver The danish girl: debe ser una buena película. La historia la tenía y daba para mucho, pues está basada (o inspirada, según se le quiera ver) en la vida de Einar Wegener, el artista danés que se realizó la primera operación de cambio de sexo de la cual se tenga conocimiento, para después adoptar una nueva identidad bajo el nombre de Lili Elbe.

El protagonista también lo tenía. Eddie Redmayne es un actor sólido cuya capacidad histriónica está más que probada. Apenas el año pasado se llevó el Oscar -merecidamente- por su interpretación como Stephen Hawking en la película La teoría del todo. Además, Redmayne era perfecto para encarnar a un transexual, pues sus características físicas no son precisamente las de un macho alfa lomo plateado, sino al contrario, tiene rasgos andróginos.

Pero si todo estaba en bandeja de plata, entonces ¿qué falló? Pues precisamente la historia y la actuación de Redmayne, de lo cual también es responsable el director Tom Hooper.

El error más grave de la película es no abordar el conflicto psicológico del protagonista. Si una extracción de muelas en ocasiones puede ser traumática, una extracción de verga y güevos debe ser absolutamente terrorífica. Pero a la guionista Lucinda Coxon eso no le pareció importante, así que, si bien hay lágrimas y sufrimiento, nunca nos enteramos del proceso emocional y psicológico por el que atraviesa el personaje. Pareciera que para convertirse en Lili, Einar simplemente buscó a un doctor que le hiciera “la jarocha” y asunto arreglado. Por eso la historia no conecta con el público, y se percibe plana y aburrida.

Por otro lado, la actuación de Eddie Redmayne es cumplidora, más no convincente, y para su desgracia, su caracterización tampoco está muy bien lograda, por lo que todo el tiempo parece una “vestida”. En definitiva, este año la nominación al Oscar de Redmaye es un regalo para generar más expectativa en la ceremonia de premiación, pero no tiene ninguna posibilidad de llevarse la estatuilla, ese premio ya tiene nombre y apellido: Leonardo DiCaprio.

Donde sí luce la película es en el diseño de producción: vestuario, escenografía, ambientación, locaciones... todo es magnífico. En este apartado la cinta sí se merece la nominación al Oscar, aunque sus posibilidades de ganar son reducidas, pues compite contra Bridge of spies (chulada de película), Mad Max: fury road (no fue mi máximo, pero el diseño de producción es fuera de serie), The martian (ídem) y The revenant (ídem).

Por último, lo que me pareció verdaderamente asombroso es que, a pesar de su homofobia, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, bajo el seudónimo de Matthias Schoenaerts, haya aceptado actuar en esta película. Quienes ya la han visto, sabrán de lo que hablo.

martes, 26 de enero de 2016

Leo DiCaprio y la convivencia con la mexican fan press

Es muy difícil que haya información relevante en una conferencia de prensa como la que tuvo lugar ayer con Leonardo DiCaprio y Alejandro González Iñárritu. En primera, porque son personajes a los que parece que ya no hay nada más que preguntarles, pues todo lo han contestado (o no) cientos de veces. Y en segunda, porque la prensa de espectáculos en México (en su mayoría) es de un nivel vergonzoso; los reporteros de la fuente son el lumpen del periodismo. Y para que no se diga que me siento el Kapuscinski del siglo XXI, dejo al escrutinio público las dos preguntas que -aunque sabía que no podría formularlas- llevaba preparadas por cualquier cosa: Para Alejandro G. Iñárritu: ¿Aunque la película está basada en hechos reales, no crees que al final resulta inverosímil?, y para Leonardo DiCaprio: ¿si la decisión final estuviera únicamente en tus manos, a quién le darías el Oscar este año por Mejor Actuación Masculina en rol protagónico?

Pero el hubiera no existe. No solo no pregunté nada, sino que prácticamente no abrí la boca durante toda la conferencia. Me dediqué a observar (bastante divertido, por cierto) el circo de los horrores protagonizado por fans muy jotitos (como todos) y pseudo periodistas que acudieron solamente a ver en persona a Leonardo DiCaprio y a tomarle una foto.

Al final, lo que me resultó más interesante fue la forma en que -consciente o inconscientemente-, Alejandro González Iñárritu minimizó el trabajo de Emmanuel Lubezki. Palabras más, palabras menos, le preguntaron que cómo había sido el trabajo de la mano de "El Chivo", casi casi que quién había dirigido a quién, pues evidentemente habían tenido que trabajar en absoluta complicidad, considerando la importancia que tiene la fotografía en la película.

Iñárritu no es tonto, por supuesto que alabó el trabajo de Lubezki, a quien calificó como un maestro de la luz. Pero "El Negro" también tiene un ego muy grande, y no se iba a dar un balazo en el pie otorgándole todo el crédito a Lubezki, así que se fue por la tangente y aseguró que la toma final del fotógrafo es el resultado de miles de decisiones de muchas personas, en la que también se involucran un sinfín de elementos. Elegantemente, dijo que el trabajo de "El Chivo" fue únicamente hacer un homenaje a todas esas personas que están involucradas en esa toma final que aparece en pantalla; es decir, que Lubezki nada más puso la cámara donde le indicaron.

Al final, remató diciendo que todo el peso (éxito) de la película recayó en la actuación de Leonardo DiCaprio, a su entrega, profesionalismo y bla, bla...

No es verdad. La actuación de DiCaprio es magnífica, pero El Negro Iñárritu le debe su nominación al Oscar (solo la nominación, porque no se lo va a ganar) cien por ciento a Emmanuel, Lubezki, a nadie más. Y el Chivo sí subirá al estrado a recoger su premio. Y hará historia como el único cinematógrafo en recibir tres premios Oscar consecutivos. Y yo seré muy feliz.