martes, 10 de enero de 2017

Florence: la mejor peor de todas (y otras reflexiones)

En el papel es una comedia, pero el trasfondo revela una triste realidad. Me explico.

Florence: La mejor peor de todas (título particularmente horrendo) es una biopic sobre Florence Foster Jenkis (interpretada por Meryl Streep, acaso la mejor actriz en activo del mundo), una mujer acaudalada y amante de la música que ha decidido cumplir su sueño de cantar en el Carnegie Hall de Nueva York.

El problema es que Florence cree tener la voz de una gran soprano, pero en realidad canta como Lyn May (búsquenla en YouTube o vean la película Bellas de noche, 2016). La lunática Phoebe de la serie Friends es la analogía perfecta.

Florence está casada con St. Clair Bayfield (un Hugh Grant espléndido, en un papel muy distinto al que nos tiene acostumbrados), quien por años se las ha arreglado para que nadie le haga ver a su mujer lo pésima cantante que es en realidad.

En cada presentación, Bayfield se encarga de sobornar a la prensa y al público para que aplaudan complacientes los berridos de Florence; pero esta vez no le será tan fácil lograr su cometido, especialmente por un crítico del New York Post que está empeñado desvelar el engaño.

Se trata de una comedia redonda con momentos tan hilarantes como conmovedores; después de todo y aunque parezca inverosímil—, la historia que cuenta está basada en hechos reales.

Destaca también la actuación de Simon Helberg (mejor conocido por su papel de Howard en The Big Bang Theory), quien da vida al novel pianista Cosmé McMoon; además del estupendo diseño de producción. Es difícil creer que la película se filmó en Inglaterra en 2016, y no en Nueva York en 1944.

Hasta aquí la parte cómica.

Lo que me parece trágico —todo lo que viene a continuación es una reflexión a posteriori que, en estricto sentido, no tiene nada que ver con la película— es que la historia de Florence es una farsa que vivimos  todos los días y en todos los ámbitos.

Pienso por ejemplo en la prensa vendida —literalmente— que hace reseñas complacientes de malas películas, a cambio de que las distribuidoras los lleven a los junkets en Estados Unidos para entrevistar 5 minutos a las estrellas de Hollywood. Aquí un breve y divertido artículo que ilustra muy bien lo que es un junket: http://tinyurl.com/j7bd8kp

Pienso en los programas de espectáculos de radio y televisión que en vez de hacer un trabajo serio de crítica de teatro, cine, literatura y exposiciones de arte, se dedican a promocionar productos culturales mediocres sin el menor rigor periodístico.

Pienso en los críticos como Álvaro Cueva, quien no solo promueve series vergonzosas como 40 y 20, sino que asegura que su protagonista, el "Burro" Van Rankin, es una “revelación”. Si tienen tiempo que perder, busquen el texto infame en el portal de Milenio, se llama “Blim: orgullo nacional”.

Pienso también en los padres indulgentes que en lugar de señalar y corregir los errores de sus hijos, los justifican y los solapan.

Pienso en el terrible daño que hace el Estado al impedir que se repruebe a los niños de primaria por considerar que dicha acción perjudica el desarrollo emocional de los infantes.

Pienso en algunas universidades públicas y privadas que regalan el título a sus estudiantes, arrojando al mercado laboral profesionistas incompetentes, incapaces de escribir una oración concreta, coherente y sin faltas de ortografía. He visto casos verdaderamente lamentables.

Como diría Peña Nieto, yo te pregunto: ¿hasta cuándo permitiremos esta clase de engaños?

Ya es hora de gritar que el rey está desnudo y mirarnos tal como somos frente al espejo.

Sí, todo eso pensé después de ver la película.


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