miércoles, 6 de julio de 2011

Lecciones de la Elección

Hace dos años escribí en la revista donde trabajaba un artículo en el que argumenté mi decisión de no votar en las elecciones intermedias de 2009, a pesar de que en aquel entonces se exhortó a los ciudadanos a anular el voto, como una forma de protesta por la ineptitud de la clase política mexicana. Retomo el texto a propósito de las pasadas elecciones en el Estado de México, y porque aún se sigue propalando la mentira de que la abstención es un acto de indiferencia.

El domingo 5 de julio opté por no sufragar. Es la primera vez que no lo hago desde que cumplí la mayoría de edad. La decisión no fue fácil; una famosa tienda de conveniencia cuyo nombre en lenguaje cibernético significa “kisses and hugs” y al que sólo le falta una equis para considerarse pornográfico, me ofrecía café gratis si mostraba mi dedo pulgar manchado con líquido indeleble. Tentador, sin duda.

Otro motivo que me hizo titubear fue mi deseo de castigar al PRD en la delegación Cuauhtémoc, donde he vivido toda la vida. No le perdono ni le perdonaré al partido del Sol Azteca —por el cual había votado en comicios anteriores— que en 2006 haya solapado a López Obrador el criminal bloqueo por más de un mes sobre Paseo de la Reforma.

Tampoco vuelvo a confiar —lo hice en la última elección y fue un error que casi le entrega a un loco megalómano la Presidencia de la República— en el partido que defendió a René Bejarano, el ex diputado local en el DF que estando en funciones recibió inexplicable e impúdicamente dinero de manos del empresario Carlos Ahumada; fajos de billetes que vimos en televisión abierta cómo metía cual vulgar asalta bancos en una maleta. Un partido que consiente sin mayor recelo estos delitos no merece continuar en el poder.

También me hizo reflexionar todo el bombardeo mediático del IFE, que para justificar su causa, recurrió a la misma estrategia de adoctrinamiento que cada año utiliza Televisa en el Teletón: la culpa. Ahora resulta que los abstencionistas y quienes llamaron a votar en blanco son los culpables de nuestra fallida democracia.

Según la lógica del IFE, el desencanto ciudadano por la política no justifica la abstención y la anulación del voto, no importa que el mismo sistema democrático mantenga incólume la corrupción e ineptitud en todos los órganos de gobierno y que por más válido que sea nuestro voto, éste no ha servido de nada para erradicar el nepotismo y el ascenso al poder de funcionarios incompetentes que sólo han entregado miserables resultados en materias fundamentales para el desarrollo del país, como son salud, economía, educación y seguridad.

Por si fuera poco, el IFE advierte a los “apáticos” en sus spots televisivos que después no se estén quejando. Un razonamiento estúpido y aterrador, porque no sólo les quita el derecho a los ciudadanos de exigir a sus gobernantes que entreguen resultados favorables, sino que exime a los funcionarios de que cumplan con esa responsabilidad, ya que si unos pierden el derecho a quejarse, la contraparte se libera del compromiso de entregar cuentas.

Bajo esta perspectiva, si únicamente votó el cuarenta por ciento de los electores, ¿entonces los jefes delegacionales y presidentes municipales están obligados a dar seguridad únicamente al cuarenta por ciento que representan? ¿Que le corten el agua y el alumbrado público al sesenta por ciento que no votó? ¿Ésta es la democracia que promueve el IFE?

El voto es un derecho, pero abstenerse de hacerlo también lo es. ¿Qué artículo constitucional establece la supresión de los derechos ciudadanos cuando se decide no sufragar? ¿Qué página de la Carta Magna estipula que si no voto pierdo mi derecho a denunciar un asalto o a un funcionario corrupto?

Al final del día mi convicción se mantuvo. Me levanté temprano como todos los domingos y salí en mi bicicleta a recorrer Paseo de la Reforma, pero no acudí a tachar ninguna boleta electoral. Sin embargo, fue un “no voto” razonado, aunque muchos no estén de acuerdo. Fue la única alternativa que encontré para motivar un cambio por la vía democrática, en vez de irme a la lucha armada o a la revuelta social.

No voté en blanco porque no quería que confundieran mi sufragio con el de algún idiota que trazó una cruz en más de un logotipo. Quise dejar un mensaje mucho más claro y contundente.

Mi abstención significa que no creo en la política y no confío ni en los partidos ni en los candidatos. Es verdad que no todos son iguales, pero también es cierto que ya son bastantes años de alternancia en el poder sin que se haya logrado un cambio de fondo que permita salir a nuestro país del estancamiento social y económico en el que se encuentra.

No voté porque tampoco quise legitimar el perverso juego de elegir al menos malo, como si se tratara de una cascarita de futbol. Ésta filosofía es la que tiene a México ahogado en la mediocridad. Es inconcebible que diputados y senadores aplaudan reformas que saben de antemano inútiles, como la petrolera, que para cuando se construya la nueva refinería probablemente ya no habrá reservas del hidrocarburo, y que además acepten cínicamente que no es la óptima y se justifiquen con el mediocre: “es mejor eso que nada”.

¿Acaso se les paga para que hagan reformas “no tan malas”? ¿Qué empresa conoce usted que trabaje bajo este principio? ¿Votar por el menos malo? Hasta para ingresar a la secundaria se realiza un examen para seleccionar a los mejores. Cualquiera que pretenda conseguir un empleo debe demostrar sus capacidades y competir con cientos de personas para obtener el puesto.

Votar por el menos malo significa un total desprecio por las instituciones gubernamentales. Los funcionarios deberían ser no sólo profesionales, sino especialistas en la materia a su cargo, con vastos conocimientos para resolver los problemas que enfrentan.

Es increíble la irresponsabilidad con que saltan de un puesto a otro. Con todo y que Juan Molinar Horcasitas es Maestro en Ciencias Políticas por el Colegio de México, ¿por qué diantres lo nombraron Director General del Instituto Mexicano del Seguro Social? ¿Y ahora por qué está al frente de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes? No dude que después pase a la Secretaría de Agricultura y de ahí brinque a la Marina.

¿Alguna vez se ha preguntado qué ley otorga ipso facto la dirección del DIF a la esposa del presidente? No le parece una falta de respeto que ex deportistas, por muy exitosos que hayan sido, se conviertan de la noche a la mañana en funcionarios, y una vez demostrada su incapacidad en el área en la que se supone son conocedores todavía se les premie con la candidatura a una diputación o a una gubernatura local.

Ejemplos hay muchos, como Carlos Hermosillo, que no hizo absolutamente nada en CONADE y  dejó con la mano extendida a los medallistas olímpicos de Pekín, pues no les cumplió la promesa de entregarles los estímulos económicos de 5 millones de pesos a los que ganaron oro y tres millones a los de bronce. Y a pesar de las promesas rotas y del supuesto compromiso de trabajar para el deporte mexicano, sin mayor escrúpulo abandonó el cargo para buscar una diputación por Veracruz.

Situación similar ocurrió con Ana Guevara, que con la mano en la cintura dejó temporalmente su cargo en la Dirección del Instituto del Deporte del Distrito Federal para irse de comentarista con una televisora a los juegos olímpicos, y aún así tuvo el descaro de ser candidata para gobernar la delegación Miguel Hidalgo en el Distrito Federal.

Es verdad que cualquier persona tiene derecho a buscar un puesto de elección popular, siempre y cuando demuestre que está capacitada, de lo contrario un día nos vamos a ver rodeados de puros “Juanitos”, y créame que ya no falta mucho.

Si bien la abstención se puede confundir con la apatía de quien no acudió a votar por flojera o desidia, hay una diferencia significativa entre el abstencionismo de estas elecciones con las de 1988 y años anteriores. Antes no había ninguna garantía de que se respetara el voto ciudadano, ya que el partido en el poder era juez y parte, basta recordar la famosa caída del sistema en las elecciones que le dieron la presidencia a Carlos Salinas de Gortari.

A diferencia de esos años oscuros, hoy el IFE, pese a que ha caído en desprestigio, aún mantiene la confianza de los ciudadanos para organizar y garantizar elecciones justas, donde la gente tiene la certeza de que su voto será bien contado. Ahora el problema es que se terminaron las opciones políticas, por eso abstenerse no es una actitud de inmovilidad, sino un grito de rechazo hacia quienes velan por sus intereses económicos y partidistas, y no por solucionar los problemas de la ciudadanía.

Se trata de buscar nuevas formas de presión para motivar un cambio que obligue a los gobernantes a trabajar por el país para sacarlo de su atraso socioeconómico y que no utilicen el poder que se les otorga para su propio beneficio.

Si los partidos políticos desean revertir la pésima reputación que tienen entre los ciudadanos —en cualquier encuesta están por debajo incluso de los policías— y hacer que la gente se interese y participe en las elecciones, sería bueno que realizaran los cambios en la ley que muchos exigimos, como:

1.- Eliminar diputaciones plurinominales. Que sean los ciudadanos y no las cúpulas partidistas quienes elijan a los legisladores.

2.- Desaparición del fuero. Nada más infame que la impunidad legalizada.

3.- Reducción del presupuesto para los partidos y para las elecciones. Según el Presupuesto de Egresos de la Federación, este año la Cámara de Diputados nos costará 5 mil 284 millones de pesos; 10.5 millones de pesos por cada uno de los holgazanes que calienta las curules. Más de 40 millones de pobres en el país y 500 legisladores con sueldo millonario a costa del erario. Para las elecciones los partidos se despacharon con la cuchara grande y se aprobaron un presupuesto de más de 3 mil 500 millones de pesos para unas elecciones intermedias. ¿En qué se gastaron tanto dinero si ni siquiera hubo que dilapidarlo en spots de radio y televisión?

Se trata de demandas que fácilmente podrían satisfacerse, falta que los legisladores quieran soltar el botín.